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lunes, 12 de junio de 2023

Religiones y Maestros… instrumentos para elevar la conciencia

 


Las religiones siempre seguirán existiendo.

Cumplen con muchas y muy valiosas funciones y no se pueden sustituir. Su propósito primordial es acelerar el proceso de crecimiento de la conciencia. Pero ese proceso discurre por diversos caminos.

Con el despertar de la primera chispa de la Divinidad, el ser humano desarrolló la conciencia de un principio que es la Vida. Esto condujo gradualmente a la fundación de diferentes religiones, cada una desde el discernimiento y la percepción de su fundador, según las necesidades de la época y de la gente, y de la capacidad de aceptar las enseñanzas de los maestros.

Estas generalmente están dirigidas a la elevación material, social, moral, mental y espiritual de la gente. Casi todas las religiones han surgido con motivos nobles, pero sus dirigentes son el producto de una época, así como de las condiciones que crean para el mejoramiento de esas personas. Para la gran mayoría, las enseñanzas acaban estableciendo códigos de preceptos morales, costumbres y rituales, cuya función es ayudar a salir de la angustia y agresividad y encontrar consuelo o paz.

Muy pocas se centran en la vida del espíritu que las anima y muy pocos hombres pueden elevarse a su nivel y obtener los auténticos beneficios de sus enseñanzas. Solo unos cuantos pueden seguir la práctica central y experimentar por sí mismos la verdad que encierra. La gente común solo recibe los aspectos teóricos en forma de parábolas o mitos que, con el paso del tiempo, despiertan las capacidades para comprender el verdadero significado de las palabras.

Así, en el fondo de las religiones se perciben vislumbres de la realidad, pero su esencia es difícil de captar.

Pero al menos sirven para aterperar,dominar o reconciliar fuerzas enfrentadas que se debaten en el interior humano. Y por encima de ellas están los yoguis, los místicos, los iniciados, aquellos versados en el verdadero arte de la unión con Dios. En la cúspide están los maestros iluminados o avatares, que no solo hablan del espíritu, sino que lo manifiestan.

En teoría, se puede decir que solo hay una religión universal, que la practican verdaderamente solo estos maestros, pues solo ellos han realizado plenamente la verdad y  la unión perfecta con ELLO. Y ella es AMOR.

 Aquel que la practique  recibe los mismos beneficios y llegará a las mismas conclusiones, sin que para ello importe la religión social, credo, Iglesia o comunidad a la que pertenezca. Ella es el núcleo y esencia de todas las religiones, el fundamento sobre el cual todas las religiones descansan y convergen.

Pero las enseñanzas iluminadas que imparten los grandes maestros han sido y serán siempre malinterpretadas, según la capacidad de comprensión de sus seguidores.

Todos nacemos en el primer nivel de conciencia y podemos, en el camino de una vida, ir subiendo a otros niveles superiores. Pero mientras los humanos seamos como niños, y la gran mayoría sea así, estaremos en niveles de conciencia arcaicos, mágicos y míticos.

Estos se caracterizan por el egocentrismo y el afán de poder, por una mentalidad convencional y una visión del mundo etnocéntrica . Y podríamos decir que esa mentalidad, la de un niño de siete años, es la que hoy conforma el hombre-común de nuestro tiempo.

Por ello, michos necesitan  las religiones arcaicas, mágicas y míticas que son las encargadas de cumplir una función básica de educar, consolar, inspirar y guiar a los hombres comunes.

Por tanto, está bien que sea así.

Si los líderes religiosos tuvieran más presente que el proceso es abierto y continuo... y en lugar de amurallarse en una determinada visión del mundo, como única verdad, abrieran sus mentes a otras posibles comprensiones, a otros aspectos de la verdad, sus seguidores podrían fluir y pasar de una religión a otra sin problemas. Y de un nivel a otro.

«Pasar de una religión a otra» no significa ir del cristianismo al budismo, por ejemplo, sino subir por los distintos estadios de conciencia hasta alcanzar una visión integral y abrazar todos los niveles y todas las religiones (ahora sí) como una.

El secreto ya no tan secreto es que este proceso está para conducirnos al fundamento donde no importa la religión social o Iglesia a la que uno pertenezca.

Si las religiones se prestaran a esta función de instrumento temporario se convertirían en un vehículo que nos impulsaría a crecer en conciencia, a trascender el escalón evolutivo en el que estamos.

Pero está claro: esto no ocurrirá a menos que las autoridades religiosas modifiquen sus consignas habituales  y sean capaces renunciar al poder y la violencia que implica la pretensión de poseer la única verdad.

Cada nivel de consciencia es una perspectiva del mundo, y cada perspectiva, una verdad relativa.

El abrazo que nos religa a Dios abarca, por definición, a todo y a todos. Y solo este abrazo merece el nombre de religión.

Esta es claro, una postura que no defiende nada ni excluye a nadie; una visión integral donde cada manifestación del Ser es merecedora de respeto.

 Estamos lejos de incorporar realmente esta identidad abierta, lúcida y compasiva. Las etiquetas nos siguen importando, las diferencias nos siguen separando y las religiones nos siguen enfrentando en nombre de la verdad. Olvidamos que los nombres no importan. Ya sea chispa divina o gran misterio, espíritu santo, impulso creativo o el nombre de algún avatar.

La razón de ser de las religiones es religar a todos los seres entre sí, así como con la Fuente.

El Espíritu se expresa de muchas maneras, habla diferentes lenguas y adopta diversos nombres; cualquiera que sea la forma en que se manifieste es perfectamente legítima y ha de tener su lugar.

Pero esa es la mitad del problema: la otra mitad somos nosotros. Sumidos en lo racional, dejando de lado la intuición profunda.

La mentalidad racional reprime los niveles más elevados de la inteligencia espiritual y niega el acceso a ellos…y la mente mítica adorna la verdad con imaginaciones.

A menos que estemos dispuestos a hacer el esfuerzo de interpretar nuestras experiencias espirituales desde un nivel superior de desarrollo del que constituye nuestro centro de gravedad, nada va a cambiar. 

Es un esfuerzo heroico vernos a nosotros mismos… es un golpe casi mortal al propio ego, ya que lo que caracteriza a los egos es su narcisismo. 

Recordemos que el problema no son las experiencias, los estados de conciencia que podamos vislumbrar; el problema es el nivel de conciencia desde el que las interpretamos.

Sin trascendencia, los valores y los principios se van achatando y acaban confundiéndose con el consumismo y la comodidad. 

La disciplina, los valores y el discernimiento no están de moda y no se aplican demasiado.

 Tenemos miedo de repetir los viejos errores y no vislumbramos otra forma de comportarnos que eche por tierra ciertas certezas que nos sostienen...innecesariamente

 Pero hemos de tener el coraje de entrar en conflicto con nuestra actual sensación de identidad. Y luego, trascenderla.

Los verdaderos maestros saben comunicar cualquier via de liberación...y luego soltarnos.

 No compiten entre sí, discutiendo cuál es el mejor camino, porque conocen la infinita majestad de la Montaña.

Saben de sus múltiples parajes, de sus abismos y peligros, y que la cumbre tiene muchos accesos.

Saben indicar a cada uno el suyo, porque… la Montaña está dentro de cada uno.

 

Gracias. Gracias. Gracias

sábado, 3 de junio de 2023

Salpicando gotas de Presencia en el día a día


Muchas personas tienen la sensación de que están demasiado ocupadas o distraídas en su vida diaria.

 ¿Qué hay al otro lado de eso? Si una persona practica la meditación con regularidad, ¿desaparecen esos sentimientos?

Hay muchas meditaciones que pueden ser muy útiles. La meditación de atención plena puede ayudarnos a evitar estar inmersos en le charla mental. El cultivo de la bondad amorosa puede producir una dulzura y un sentido de cuidado y bondad en el corazón. Pero cualquiera que sea el método que estemos aplicando, es probable que la practiquemos durante un pequeño porcentaje de nuestro día en general. 

Entonces, si bien los métodos en sí mismos pueden ser útiles, lo que es más importante, en realidad, no es cuánto tiempo pasamos meditando o qué método o técnica usamos, sino más bien, es la calidad de la mente que mantenemos durante la mayor parte del día. Y para la mayoría de las personas, los estudios psicológicos lo muestran muy claramente que pasamos la mayoría del tiempo distraídos en la charla mental o lo que se denomina “rumiando”, lo que es agotador y no tiene ningún valor.

Podemos convertir eso en algo que no sea agotador y sea productivo. 

Pero esto requiere más que simplemente hacer una técnica aquí y allá. 

El tiempo que dedicamos a la meditación es el tiempo de sembrar las semillas, por así decirlo. Pero necesitan ser nutridas, cubiertas con mantillo y regadas a lo largo del día para generar un cambio significativo.

Vivimos vidas tan aceleradas, por lo que lo primero que debemos hacer es cultivar una sensación de tranquilidad, porque estamos caminando crónica y habitualmente con una cantidad excesiva de tensión y estrés en el cuerpo y la mente por lo que podemos aprender a relajarnos, liberar la tensión del cuerpo y dejar que la respiración fluya sin obstáculos a lo largo del día, no solo durante 15 minutos cuando estamos meditando, sino también de manera constante, intervalo tras intervalo.

 Es lo que muchos maestros han querido decirnos cuando afirman “Cuando puedas…detente”. 

Cuando no haya nada en lo que necesitemos pensar, entonces liberemos el pensamiento y volvamos directamente al momento presente permaneciendo muy atentos, conscientes y perspicaces.

Y seguimos volviendo a esos 30 segundos aquí, un minuto allá, 20 segundos aquí, 2 minutos allá, a lo largo del día. A eso es lo que llamo “gotas de presencia en el día”.

Sin embargo…hay tareas que como humanos asumimos, solo que tenemos que determinar cuáles de ellas son realmente necesarias o productivas y cuales podemos soltar para estar más aliviados mental y físicamente y facilitar momentos de conciencia y presencia.

Todos queremos ser productivos, aunque algunos de nosotros deberíamos serlo menos.

 Si lo que tenemos en mente no es útil para nadie, excepto quizás para nosotros mismos y para nuestro propio bolsillo, entonces habría que considerar si esas acciones son significativas.

En cuanto a evaluar si nuestra actividad en el mundo merece la pena, centrémonos en primer lugar en la motivación. ¿Estamos trabajando en una tarea que, desde otras perspectivas, podría parecer completamente mundana y ser simplemente una forma de ganarse la vida?

 Digamos, por ejemplo, que estamos parados detrás de una caja registradora en un supermercado tomando el dinero de la gente y dándoles el vuelto y así sucesivamente. Podría decirse: "Bueno, esa es una forma de ganarse la vida, pero es algo bastante vacío". Si la motivación de uno está vacía, entonces lo es. La motivación lo es todo. Si traes bondad amorosa a aquellos con los que te relacionas, entonces cualquier tarea en realidad puede ser muy significativa. No porque lo estés haciendo de una manera diferente, lo estás vendiendo más rápido o más lento o algo por el estilo, sino porque tu motivación puede cambiarlo todo.

La siguiente pregunta, por supuesto, es evaluar si lo que hacemos con nuestra motivación está funcionando.

¿Es esto realmente algo que vale la pena hacer?

Primero, ¿qué está haciendo esto por mí mismo? ¿Veo que estoy madurando y creciendo, que las cualidades que valoro se están nutriendo a medida que pasan los días, las semanas y los meses? Si es así, entonces esta es una actividad internamente significativa y autodirigida.

Por otro lado, miremos el impacto. Observemos cómo estamos influyendo en los que nos rodean. Si vemos que hay algún beneficio allí, que estamos resolviendo problemas para las personas, entonces eso es algo maravilloso. Si estamos ayudando a las personas que nos rodean a encontrar lo que buscan en términos de su felicidad, es significativo. Estamos teniendo un impacto en el mundo y ayudando a resolver problemas, aliviando el sufrimiento y la angustia.

Eso no tiene que ser a gran escala. No tiene que ser algo que llame mucho la atención. Puede ser en formas muy pequeñas. Pero con tantos millones de nosotros en este planeta, si, en nuestras pequeñas formas, estamos contribuyendo al bienestar de quienes nos rodean y ayudando a aliviar el sufrimiento, entonces eso es ciertamente significativo.

Fuera de esta evaluación, podemos afirmar que discernir la actitud con la que hacemos las cosas, expande consciencia y nos abre al Amor. Discernir si lo que hacemos es significativo, nos empodera para ello y nos da valor para dejar lo que no hace diferencia ni para vosotros ni para el resto.

Y por sobre todas las cosas: recordemos salpicar gotas de conciencia, cada tanto durante el día en todo lo que estemos haciendo…porque consciencia es Presencia…y Presencia es SER.

 

Gracias. Gracias. Gracias

Percepción y Presencia- Tahíta


 


La percepción nos trae y sostiene en el presente.

El presente nos lleva a la presencia.

Cuando percibimos, estamos en eso, en percibir.

A veces nos enrollamos con representaciones de lo que vemos, y volvemos a la cabeza, a la mente, perdiéndonos en ella. Entonces creamos conceptos y representaciones con imágenes. Estas no son la realidad.

La percepción nos conduce a la experiencia directa, sin nociones, etiquetas, conceptos ni imágenes entre nosotros y la realidad.

 La percepción nos orienta hacia la realidad y nos asienta los pies en la tierra; es decir, nos hace ser y estar aquí y ahora.

No es el camino del pensar, del proyectar ni del hacer, sino el de la quietud y la percepción el que nos conducirá a la Presencia.

 Se trata de percibir, que es distinto de observar. En la observación analizamos, etiquetamos, nombramos.

 La percepción contemplativa es ver sin mirar y sin tensión. Sin mirar, me refiero a que no nos hacemos una representación de lo que estamos viendo. La representación es lo que está en la cabeza y puede subsistir a la realidad, si no somos cautos.

Percibir es la realidad.

Percibir abre nuestros sentidos y nos permite salir de la mente discursiva al estar presente en nosotros mismos y en lo que nos rodea.

La mente discursiva piensa y crea una historia tras otra enlazando los pensamientos entre sí de forma que vivimos en un discurso permanente creado por nosotros mismos.

Salir del discurso para percibir y vivir la vida es liberador.

¿Vivimos en la «realidad» creada por nuestro pensamiento discursivo…es decir, en las historias creadas en la mente? ¿O vivimos en la realidad que nos rodea, que es y está en nosotros?

La percepción nos trae al presente, y en el presente vivimos la presencia que nos abre a lo real.

Hay diferentes prácticas que nos ayudan a percibir. Por ejemplo, caminar en silencio en la naturaleza abre a la percepción. Los claustros de los monasterios e iglesias y los jardines zen son lugares que invitan a los monjes a caminar de manera meditativa.

 Percibir en la naturaleza la flor abierta, la hormiga que corre, los colores de la piedra y la rama que se mueve con el viento, sin etiquetarlas, simplemente percibiendo lo que es, nos abre. También sentir el espacio y abrirnos a él. Ver el horizonte y reposar la mirada en la inmensidad del espacio que se abre ante nosotros.

Centrarnos en la respiración es también una práctica que nos lleva a la percepción. Al respirar estamos en el ahora, y podemos percibir el aire que entra y el que sale, así percibimos lo que entra y vamos hacia dentro, y lo que sale y nos volvemos conscientes «del fuera». La mayor parte de nuestra vida respiramos sin darnos cuenta. Algo respira dentro de nosotros. La atención y la concentración se convierten en contemplación al experimentar el flujo de vida que se produce en el acto de respirar.

Podemos centrarnos en percibir las sensaciones del cuerpo, hasta que estas se disuelven y uno ya no siente más los órganos como separados, sino que experimenta que el cuerpo es un todo en el cual fluye la energía de vida. Uno siente que forma parte del Todo, del universo que le rodea y se siente unido a una totalidad que lo abraza.

El cuerpo solo vive en el presente. Es la mente la que recuerda o la que se anticipa. Por ello, la contemplación solo se da en el presente.

No podemos desprendernos del plano mental a través de una actividad mental. Agudizar la percepción es la vía para estar presente y salir de la mente discursiva. Poco a poco, a través de la percepción, uno se brinda, se entrega, y en la práctica se suelta y suelta. Así deja fluir la buena energía, quizá el amor, la sanación.

Contemplar, «estar junto al templo», trae tranquilidad.

La tranquilidad trae tolerancia.

Poco a poco en este proceso nos permitimos el verdadero descanso. El mejor descanso es permanecer en la percepción. No se puede avanzar más de lo que permite el proceso interior.

Aprendemos a escuchar.

Aceptamos lo que es.

Dejamos de luchar inútilmente.

Entramos en un verdadero descanso, en el que todo nuestro ser se abre: se vacía. En el vacío llega el momento en que se manifiesta el Ser. Percibimos el presente, nos volvemos más sensibles y nos abrimos a la presencia de Dios.

No es necesario creer en él ni tener conceptos o imágenes de él. Recorremos el camino de la percepción y al hacerlo nos abrimos a su presencia.

Dios es ahora y está aquí.

 

Gracias. Gracias. Gracias

viernes, 19 de mayo de 2023

El habla correcta o compasiva

 



Las palabras son poderosas.

Nuestras palabras dan forma a nuestra mente, allanando el camino hacia la libertad o cimentando patrones habituales de sufrimiento.

Nuestra concientización del habla incluye tanto las palabras que nos dirigimos a nosotros mismos (quizás con una falta de amabilidad que nunca usaríamos con otros) como las palabras que escribimos en mensajes de texto, correos electrónicos y redes sociales.

Aunque mucho se habla del habla correcta, prefiero llamarla habla compasiva…porque ¿Qué es correcto o incorrecto? En cambio podemos diferenciar lo que resuena compasivo de lo que no resuena así.

Parte del habla compasiva, del bien-decir (bendecir) es abstenerse de mentir, de hablar divisivamente, abusivamente y de la charla ociosa. Las cinco pautas para EL “Bien hablar” son: ¿Es oportuno, verdadero, amable, beneficioso y dicho con buena voluntad?  Más allá de asegurarnos de que lo que decimos sea verdadero y beneficioso, aún debemos esperar, por compasión, el momento adecuado para decirlo.

El compromiso con la veracidad es inquebrantable. Las falsedades erosionan la confianza, que es un pilar de cualquier relación.

Uno de los peligros de decir una pequeña mentira deliberada es que es una pendiente resbaladiza hacia un comportamiento poco ético adicional, o sea que cada vez que mentimos, le damos menos importancia a ese desliz y seguimos y seguimos mintiendo. Lo peligroso es que nuestras acciones cotidianas cambian nuestra conciencia y esta deja de ser una brújula más o menos confiable.

Siempre se nos ha guiado a “no decir allí lo que uno ha oído aquí” y “a no separar a la gente”. El habla calumniosa y divisiva se basa en el odio, la frustración, el rencor, la envidia y la mala voluntad, enredada con el resentimiento y la intención de lastimar a otro y ganar respeto y apoyo para nosotros mismos. 

Más allá de evitar el discurso divisivo, ese que causa división, se no insta a crear, con nuestras palabras, armonía social. Nuestra habla debe reconciliar a los que se han separado y cimentar a los que están unidos. Debemos deleitarnos en la concordia.

Hablar con ira, con sarcasmo mezquino o con la intención de reprender, degradar, insultar o causar dolor tiene como raíz la aversión. A menudo es impulsivo y, por lo tanto, tiene un peso más ligero que la calumnia, pero al fin, hay que abandonarlo. El antídoto para este tipo de habla es la paciencia.

En su ‘Introducción a la Ética Budista’ (2000), Peter Harvey comenta que uno podría sentir placer en hablar maliciosamente ya que puede percibirse como ganarse la simpatía de un grupo al compartir información negativa de otra persona o grupo. “En lugar de participar en el habla divisiva, se recomienda hacer lo contrario: hablar de los puntos positivos de la gente. Así, el Upasaka-sila Sutra dice ‘dé a conocer las buenas acciones de otros y encubra sus errores. Nunca divulgue aquello de lo que otros se avergüenzan’. Por supuesto, a veces hay que informar a la gente de los errores de otros, pero debería hacerse de forma moderada y sólo en la medida que sea necesaria para la protección de los demás.”

Donde hablar sabiamente es imposible, nuestro objetivo es causar el menor daño. Cultivando lo sano, “pronunciar palabras que sean relajantes para el oído, cariñosas, que lleguen al corazón, simpáticas y agradables para la gente”.

Cualquier conversación innecesaria es charla ociosa. Aunque socialmente a veces podemos entrar en este tipo de charla…nos corresponde ser conscientes de …

¿Nos apresuramos a llenar un silencio incómodo? 

¿Nos entregamos al drama, enfadándonos? 

Tales comportamientos amenazan con adormecer nuestra sensibilidad espiritual. 

Por otro lado... lo que vamos a decir “¿es amable?" Si bien pronunciar palabras amables es un gran comienzo, un entrenamiento más holístico es imbuir nuestra mente-corazón con bondad amorosa. 

Incluso después de cumplir con todo lo demás, aún debemos esperar el momento adecuado para hablar, especialmente si nuestras palabras son difíciles para quien va a oírnos. Por ejemplo, es posible que necesitemos tener una conversación seria con un amigo sobre nuestra relación. Lo que tenemos la intención de decir es factual, probablemente para aumentar la armonía, amable y beneficioso, y lo diremos con buena voluntad. Pero si nuestro amigo está enfermo o en cualquier otra situación difícil, no es el momento adecuado para cargarlo, independientemente de nuestro deseo de soltar en palabras lo que sentimos.

Aunque uno tenga claros los valores de honestidad y amabilidad en los que se nos anima que basemos nuestras conversaciones, sigue sin ser tan sencillo decidir cuándo decimos algo y cuándo nos lo callamos. De todos los autobuses de pensamientos que hacen parada en mi mente y después van a la boca, ¿a cuáles me subo?

A veces es mejor permanecer en silencio. 

Pero también se puede mentir por omisión al no hablar. El silencio no siempre es sabio, especialmente frente a la injusticia.

El habla es un espejo profundo que sostenemos. 

Y una reflexión sobre cómo hablamos nos da por reflejo si así querríamos que nos hablaran y si en verdad así queremos seguir hablando para envolver todos los personajes de esta vida dual en amor compasivo.

 

Gracias. Gracias. Gracias